Como auténticas almas contemplativas, la oración debe ocupar un lugar primerísimo en nuestra vida.
Todos los días dedicaremos al Señor tres horas de oración mental, en contacto sola y exclusivamente con Él.
Si nuestro carisma es un totalizado 
don total, nunca podrá este llevarse a su plenitud sin una vida profunda de oración. Pongamos en ella toda la buena voluntad y atención que esté a nuestro alcance.
Lejos de ser esta silente oración una huida del mundo, en ella abarcamos todos los sufrimientos del mundo y rociamos de gracias divinas el mundo. 
Aparte de estas horas dedicadas íntegras al Señor, procuremos vivir “escondidas con Cristo en Dios” todas las horas del día.

(Constituciones, Parte II-18, art. 1-5)